miércoles, 29 de marzo de 2017

La fe de los estudiantes

Entrar en tu capilla y que se paren las horas, que todo se detenga y casi sin darme cuenta se me echa el tiempo encima y tengo que salir corriendo de esa tu capilla para volver a las clases. Te dejo mi ratito de oración, efímero, fugaz, no quería marcharme, pero el deber me llamaba y no podía quedarme. La capilla de los estudiantes, que día a día recibe a los jóvenes devotos que vienen a pedirle por un futuro que parece roto pero para Él nada es imposible.

Señor de Juan de Mesa, entregado a nosotros, en la cruz clavado y con el costado ya lanceado, el sacrificio está hecho y los pecados disueltos en el olvido del reino de los cielos. Te tengo tan cerca día tras día y sin embargo qué pocas veces te hago una visita y cuando voy siempre es con prisas. Pero siempre estás allí esperando que los estudiantes nos acerquemos a ti, que te contemos qué tal el día, cómo van las clases, incluso ayuda con esa asignatura que se atranca y no hay quien la saque. Allí en tu capilla permaneces perenne, y pasamos por delante y ni si quiera miramos quien allí permanece. Señor antes de nada, de contarte mis plegarias y de pedirte cualquier cosa, debo pedirte perdón, yo sé que me perdonas, pero necesito escucharlo de tu voz que mi alma quede tranquila. Perdón por no venir todo lo que debería, por venir a pedirte y no a agradecerte el día a día, por recriminarte lo malo y no contarte lo bueno. En tu Buena Muerte Señor, sé que me estás escuchando, que nosotros tus estudiantes somos tu bien más preciado, que contigo no nos falta nada y cada Martes Santo te seguimos con nuestras cruces, vestidos de ruan y esparto, en estación de penitencia desde éste tu Rectorado. Pero eso no es suficiente cuando te tengo al lado y no vengo a verte.


Madre de la Angustia, divino rostro, fino como ninguna, elegante como ningún otro. A ti también te pido que nos perdones por nuestras faltas, que nos corrijas como es debido y que así nos devuelvas al camino que lleva hasta tu Hijo. A ti madre mía te pido que seas nuestro alivio, nuestro oasis de calma dentro de este edificio donde todo son prisas de clase a clase, de sitio a sitio y sólo este momento quiero que sea infinito, no perder la vista de tus ojos que me llevan a tu Hijo. Ya te imagino en tu palio, con paso fino y elegante, con crestería que remata tus doce varales y bambalinas que se mecen a un compás muy suave. Ya te imagino Madre, tras tu hijo y tus estudiantes, esos que venimos a veros cada Martes, cuando de casa te despedimos y hacia la Catedral sales dando muestra de fe de los jóvenes estudiantes.

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