Era Martes Santo, el día no estaba siendo nada agradable
para los cofrades, El Cerro en la Catedral, San Esteban en la Anunciación, San
Benito y los Javieres de vuelta a paso de muda a sus templos, Santa Cruz y los
Estudiantes habían dado el no y nuestras esperanzas pasaban por San Lorenzo y
San Nicolás, que al final salvaron el día.
Buscando ese rayo de esperanza, camino del centro de repente
me suena el móvil, era un querido amigo que siempre cuenta conmigo para temas
cofrades y casualmente ese día que parecía nublado iba a ser él quien empezará
a hacer relucir el sol. Me dijo vente rápido a San Vicente que ha habido una
falta de última hora y hace falta un acólito para mañana en el paso del
Nazareno de la Divina Misericordia. Y allá que me fui corriendo a probarme mi
alba y sacar mi papeleta de sitio por increíble que parezca a escasas 24 horas
de la salida de la hermandad.
Estaba que no me lo creía, esa noche casi no pude ni dormir,
solo pensaba, en tu año Señor, en el año de la Divina Misericordia voy a tener
la suerte de alumbrar tu camino justo delante de ti. Y así fue, llego la tarde
del Miércoles Santo y San Vicente se convirtió en un reguero de nazarenos
blancos con escapularios rojos. Nada más entrar me encuentro de frente con el
misterio de las Siete Palabras, pero yo necesito ir a buscarte primero,
necesito postrarme ante tu paso de plata alumbrado por cuatro faroles, rezarte,
agradecerte, luego ya tendré un ratito frente al crucificado y a tu bendita
Madre de la Cabeza.
La espera era interminable, sentado en un banco de la capilla
sacramental esperando que alguien viniera y nos dijera de ir a preparar los
enseres, miraba a cada lado constantemente hasta que por fin llego ese momento.
Nos pusimos delante del paso, era el momento de los últimos rezos, las últimas
peticiones, los nervios a flor de piel y se abrieron las puertas de San
Vicente. Antes de salir los pasos de la hermandad de las Penas parecían
despedirnos deseándonos una buena estación que ellos cumplieron días antes.
Éramos seis los ciriales que custodiábamos Su divino rostro
misericordioso, yo iba en la pareja central. Se escuchaba un murmullo en la
calle hasta que asomo el primero de los ciriales a la puerta, en ese momento
Sevilla calló. El Señor se puso en la calle en el más absoluto de los respetos,
pelos de punta y sentimientos que afloran. Ha llegado el momento Señor, muestra
tu Divina Misericordia a tu ciudad. Y así fue, paso firme y amplio, siempre en
silencio cargando el peso de la cruz. De fondo sonaban las cornetas y tambores
pero no echábamos cuenta de ello, nos quedamos perplejos ante tu mirada.
La estación de penitencia finalizó, volvimos a San Vicente,
que rápido se ha hecho, y nuevamente, ya con la cera gastada, el cuerpo cansado
y el incienso consumido, solo pude volver a darte gracias Señor por ese gran
regalo que me hiciste.
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