Estamos en fechas navideña, pero el sevillano ya siente la Cuaresma. Pasea por el Salvador y ve el humo del castañero e imagina una rampa y un Nazareno con la cruz al hombro que va repartir pasión. Pasea entre el bullicioso gentío del centro, e imagina unas sillas de madera en campana y una cruz de guía al fondo del duque.
El sevillano ya empieza a ver las igualas que van saliendo y se va pensando en las excusas para la parienta. Y entre tanto dulce de Navidad se le va antojando una torrija o un pestiño. Se va poniendo en el coche marchas y se siete debajo de las trabajaderas.
Y en esos almacenes fríos, la parrihuela llena de sacos, se empieza a sentir protagonista, incluso el antifaz, en el ropero, parece que sonríe al saber que otra vez estará en la calle. Y Sevilla ya espera ansiosa esos tres golpes de llamador, el cartel, que anuncia lo que está por venir, el via-crucis del Consejo, que hace que la ciudad meta riñones y se prepare para lo que se viene encima, y el pregón, que hará volar a la ciudad.
Una ciudad que pedirá Effetá para los sevillanos, unos sevillanos que irán a la gloria y que le pedirán a sus madres que los vistan de nazarenos.
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