lunes, 21 de noviembre de 2016

Tradición del Cristo del Cachorro (Parte I)

En el famoso barrio de Triana al otro lado del Guadalquivir y donde se asientan las industrias cerámicas desde los tiempos más remotos, fue encontrada a finales del siglo XVI una imagen de la Virgen que estaba oculta en el fondo de un pozo, donde probablemente la pusieron los cristianos en el tiempo de la invasión árabe. El vecindario acogió esa dádiva del cielo con alegría y fervor, construyéndose con limosnas de todos los trianeros una pequeña capilla donde rendirle culto. Muy pronto y según costumbres sevillanas, se fundó una hermandad para honrar a la Virgen tan milagrosamente hallada.

A mediados del siglo XVI se constituyó otra hermandad titulada de Nuestra Señora del Patrocinio, advocación que estaba muy en boga por ser una de las predilectas de la devoción del rey Felipe IV. Ambas cofradías se fusionaron en una sola en el año 1689, acordando titular la nueva corporación con el nombre de Hermandad de la Sagrada Expiración de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima del Patrocinio.

Vivía por aquel entonces en La Cava de Triana, donde esparcidas a la orilla del Guadalquivir, sobre la tierra arcillosa de los Tejares estaban las chozas de los gitanos, un hombre de esta raza, todavia joven en la florida edad de los treinta años, en quien se unían las más gallardas prendas de la gitanería andante, de estatura prócer como descendiente de Reyes, flexible de miembros, estrecho de cintura como bailarín y con las manos finas y alargadas, porque según su estirpe, se habría dejado antes morir de hambre que trabajar con ellas. Las manos del gitano, señoriales y finas, llamaban la atención por ser tan distintas de las de los ganapanes que trabajaban de sol a sol sacando tierra a paletadas en los barrancos de La Cava para fabricar los ladrillos, junto a cada hornode alfarería. Llamaban a ese gitano el Cachorro y se le admirada por su habilidad en tañer la guitarra y cantar con quejumbroso quiebros de garganta, los sones dramáticos del canten jondo, todavia entonces impregnados de los últimos temblores de la música morisca recién expulsada de España.

El Cachorro era, aunque cantaor, hombre serio, taciturno, reconcentrado, y cuando participaba en las zambras gitanas o en las juergas de las tabernas, donde se despachaba el vino sacándolo con un cazo de estaño de los barreños colocados junto al mostrador, asumía siempre una actitud distante; como si cantará o bailara para él solo, aunque estuviera rodedo por la atención expectante de la gente, o de los compañerosde fiesta. No se le habían conocido amores, pero todas las gitanas de La Cava suspiraban por él. Algunas voces despechads susurraban que acaso al otro lado del río, en los barrios señoriales de San Vicente o de San Francisco, era donde los pensamientos del Cachorro tenían alguna prisión en que cautivarse.

Fuente: Mena, J. (1968). Las leyendas y tradiciones de Sevilla.

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